sábado, 2 de marzo de 2013

Segunda conferencia

La Modernidad como constitución de una racionalidad pedagógica. De la Pampedia a la autoayuda y el aprendizaje permanente

Profesor Carlos Ernesto Noguera Ramírez

1. Introducción

Modernidad es un término polémico y un concepto polisémico. Según Duby (1995) el término fue lanzado por Baudelaire en un artículo titulado “El pintor de la vida moderna”, escrito en 1860 y publicado en 1863. Allí Baudelaire relaciona la modernidad con la moda, es decir, aquello que es transitorio, contingente, fugitivo, pero que, sin embargo, es “la mitad del arte”, pues la otra mitad es lo eterno y lo inmutable. Lo actual, lo presente, tiene entonces su belleza: cada época, dice Baudelaire, tiene su porte, su mirada, su gesto, y para que se convierta en antigüedad, es necesario extraer “la belleza misteriosa que la vida humana introduce involuntariamente”. Modernidad es la cualidad de lo moderno y el término moderno no se puede entender sin su opuesto, lo “antiguo”. Si bien la palabra moderno “nace cuando se desmorona el imperio romano, en el siglo v; la periodización de la historia en antigua, medieval y moderna se afirma en el siglo xvi” (Duby, 1995, p.  147). En esa dupla antiguo/moderno lo que está en juego, continua Duby, es la actitud de los individuos y de las sociedades respecto de su pasado: aquellas sociedades en donde el pasado es considerado un valor seguro, las llamadas sociedades tradicionales, los ancianos dominan en tanto depositarios de la memoria colectiva y garantes de la autenticidad y de la propiedad. Por el contrario, en aquellas sociedades que rompen con su pasado, nace la conciencia de modernidad. 

La cuestión, no obstante, no es tan simple, pues hay una ambigüedad en la idea de lo antiguo: si bien puede entenderse en términos peyorativos como algo ya pasado, obsoleto, también puede tener un sentido más neutral como simplemente perteneciente al pasado, como es el caso del “antiguo testamento” que sólo es anterior al “nuevo testamento”. Por otra parte, señala Duby, antiguo se ha distanciado en todas las lenguas europeas de otros adjetivos como “viejo” que valoran la pertenencia al pasado, pero son de carácter peyorativo. Antiguo, entonces, designa algo de mayor valor que viejo o anciano. Lo antiguo tiene el prestigio del pasado, pero a la vez, del renacimiento. Como dice Duby:  

“El conflicto entre «antiguo» y «moderno» no será tanto entre pasado y presente, tradición y novedad, como el conflicto entre dos formas de progreso: el progreso cíclico, circular, que coloca la antigüedad en la cima de la rueda; y el progreso por evolución rectilínea, lineal, que privilegia lo que se aleja de la antigüedad. El Renacimiento y el humanismo pivotearon sobre lo antiguo para hacer la «modernidad» del siglo xvi que se erguirá frente a las ambiciones de lo moderno” (p. 149).

En este sentido, la historia moderna es la historia que se inicia con el Renacimiento que es, a su vez, renacimiento de la antigüedad grecorromana que se opuso a la Edad Media, pasado inmediato que debía superarse: se trata de una vuelta al pasado lejano, un alejamiento del pasado inmediato, pero a la vez, una superación, tanto de lo inmediato como, retomándolo, de lo antiguo. En palabras de Tenenti:


Antes de convertirse en una categoría de juicio y en una especie de valor, la «modernidad» era la pura calificación de aquello que era más reciente o actual con respecto a aquello que lo había precedido. El término «moderno» ya se había usado en este sentido en los siglos xii y xiii. En los siglos xiv y xv se había delineado en ciertos sectores (desde la literatura hasta la pintura y la arquitectura), sobre todo en alguna zona culturalmente determinante, una reacción frente a las formas que anteriormente se habían impuesto en tales sectores. Así, la «modernidad» empezó a hacerse consciente, a arrogarse una facultad de juicio e incluso de aversión o de rechazo. Mientras la maduración de importantes innovaciones técnicas daba un sentido de superioridad a las nuevas generaciones de los siglos xv y xvi, al comienzo de éste último siglo surgió también en varios países una auténtica revuelta contra la Iglesia de Roma, contra su ritos y sus prácticas. En esta coyuntura, que además había reverenciado la Antigüedad y había apelado a ella como modelo humano ejemplar, los términos no tardaron, al menos en parte, en dar un vuelco. Orgullosos de sus propias realizaciones en tantos campos, los europeos no vacilaron en proclamar que desde entonces no sólo habían igualado a los antiguos en muchos aspectos, sino que incluso los habían superado (Tenenti, 2000, p. 8).


Se habla, pues, de la Modernidad como de una nueva etapa de la historia de Occidente que se inicia hacia mediados del siglo xv con un conjunto de acontecimientos entre los que se resaltan la conquista de Constantinopla por los turcos (1453), el inicio de la expansión colonial  europea por América y Asia y las consecuencias sociales y económicas de estos acontecimientos; igualmente, en el plano político, se destaca el fin del feudalismo y el nacimiento de los estados modernos (Floristán, 2007). Durante varias décadas, estas referencias, propias de los historiadores, sirvieron de orientación para pensar la modernidad, pero desde finales del siglo xx y comienzos del xxi, aparecieron unas nuevas miradas, particularmente desde la filosofía y la sociología. Pensadores como Bauman, Berman, Foucault y Sloterdijk han abordado la modernidad distanciándose del privilegio dado por los historiadores a los acontecimientos políticos, económicos y sociales. Podría decirse que su mirada se ha concentrado en aspectos menores desechados o ignorados en los grandes relatos de la historia moderna y de esta forma, nos han ofrecido un nuevo panorama para repensar la historia occidental de los últimos cinco siglos. Por ejemplo, para el caso de Foucault y Sloterdijk, antes que los grandes determinantes de orden económico, político o social (como nuevos modos de producción, nuevas instituciones políticas o sociales, descubrimientos científicos o tecnológicos), uno y otro pensador han buscado seguir ciertas prácticas, ciertos ejercicios que los individuos realizan como parte de su existencia. De ahí que Foucault (2006) aborde la llamada modernidad a partir del análisis del problema del gobierno (o del gobernamiento) de la población, es decir, de los asuntos relacionados con la conducción de la conducta de los otros y de cada uno; de ahí que Sloterdijk (2012) haya optado por describir la modernidad como el momento de la historia de Occidente en donde los ejercicios o las formas de ejercitación sufren una singular transformación definida como una secularización y colectivización (masificación) de la vida ejercitante, marcando una nueva etapa en el arte “antropotécnico”. 

Siguiendo los estudios de Foucault (2006) sobre el problema del gobierno o la crisis de gobierno del siglo xvi en Europa y los análisis de Sloterdijk (2012) sobre la modernidad como el momento en que la vida de ejercitación, restringida hasta entonces a las órdenes monásticas, se seculariza y colectiviza, propongo pensar la modernidad como el momento de la historia occidental en el que por primera vez se afirma la necesidad de “enseñar todo a todos”, según la proclama de Jan Amos Comenio, o dicho en otras palabras, como el momento inédito en el que se inicia una intensa y extensa disciplinarización de la población (europea y americana) bajo la forma de una instrucción generalizada. Esto significa que es posible entender las prácticas pedagógicas como prácticas de gobierno, dirección o conducción de la población (de todos y cada uno) o como formas particulares de ejercitación, es decir, como “cualquier operación mediante la cual se obtiene o se mejora la cualificación del que actúa para la siguiente ejecución de la misma operación, independientemente de que se declare o no a ésta como un ejercicio” (Sloterdijk, 2012, p. 17). 

Desde esta perspectiva, afirmo que la modernidad tiene una profunda marca pedagógica. No que haya tenido una causa educativa o que la educación haya sido su causa: la expansión de las disciplinas (en el doble sentido de saber y de poder), la explosión de los problemas de gobierno, la crisis de gobierno, el bloqueo del arte de gobernar durante los siglos xvi y xvii (Foucault 2006), pero también, el llamamiento intensivo a la elevación de la vida, el imperativo metanoético (conversión, transformación) dirigido a todos e impulsado por el Estado moderno y la escuela (Sloterdijk, 2012), fueron asuntos profundamente pedagógicos. No solo tuvieron implicaciones pedagógicas y educativas; además constituyeron problemáticas pedagógicas y educativas que tuvieron consecuencias políticas, económicas y sociales. 


2. Pampedia o educación universal: hacia una racionalidad pedagógica 

Utilizo aquí la expresión ‘racionalidad’ en el sentido instrumental en el que Foucault emplea este término, es decir, en el sentido de modos de organizar los medios para alcanzar un fin. Así, “la racionalidad no es lo opuesto a la irracionalidad y no existiría un proceso de ‘racionalización’ en general (de la sociedad, por ejemplo), pero sí de múltiples formas de racionalización de prácticas específicas, pues «no hay prácticas sin determinado régimen de racionalidad»”. (Castro, 2004, p. 305). 

Al hablar, entonces, de racionalidad pedagógica, hago referencia a las formas, medios y fines particulares que emergieron durante el siglo xvii vinculados a las prácticas de conducción y ejercitación de todos y cada uno en la perspectiva de su perfeccionamiento (salvación) y del mejoramiento del mundo.  Se trata de un movimiento, religioso por su procedencia, de emendatio mundi, de mejora del mundo, de mejora de la humanidad, idea que al decir de Sloterdijk (2012, p. 441) es “la idea más potente, por sus efectos, de los últimos quinientos años”. Uno de los principales impulsores de ese movimiento de mejora del mundo y de la humanidad fue Comenio, primero, a través de su Didáctica Magna, pensada como un arts artium o una episteme epistemon, el arte de las artes, el arte supremo que consiste en el gobierno (conducción, dirección) de los hombres; segundo, a través de la via lucis, el camino de la luz, que era el camino hacia el saber, proyecto pansófico que pasa necesariamente por la escuela y la enseñanza de todo a todos. 

 Se trata de una nueva forma de pensar el mundo y nuestro paso por él: en cuanto animales racionales, animales ‘disciplinables’ (así nombra Comenio al hombre en su Didáctica Magna), debemos conocer “las obras tan grandes que Dios hizo y continúa haciendo, y la belleza de ellas” (Comenio, 1992 [1657], p. 37) para poder dar testimonio válido de ellas y que ninguno quede ignorante de sus privilegios o sin poder gozar de sus prerrogativas, “sumido en una vida animal, como las bestias” (p. 38). Inicialmente, Comenio elaboró su “gran didáctica”, la Didáctica Magna, y siguió las huellas de su antecesor, Ratke, de fundación y promoción de la escuela pública para todos, con el propósito conseguir esa conversión, esa mutación de la vida simplemente animal hacia la vida racional humana. Pero años más tarde (recordemos que la DM fue publicada en 1632) Comenio considera que esa tarea de conocer todo ya no puede ser encomendada exclusivamente a la escuela. Ya no bastan ni la escuela ni la Didáctica Magna: si el hombre es un animal disciplinable, entonces el mundo mismo debe ser como una gran escuela en donde es necesario aprender a lo largo de toda la vida. 

A esa condición humana y mundana Comenio la llamó Pampedia. Y ese fue el nombre con el que tituló la cuarta parte de su obra póstuma, De rerum humanarum emendatione consultatio Catholica —Consulta general acerca de la reforma, restauración o mejora de las cosas humanas—, en donde amplía, más allá de la escuela y la puericia, su propuesta didáctica como necesidad general de enseñar todo, a todos, en todas las cosas y totalmente: 

Todo aquí significaría una cultura universal, mediante la cual se procura conseguir todo lo que es posible para asegurar el mayor esplendor al hombre, imagen de Dios […]. // Todos, a saber, las naciones, los Estados, las familias y personas, sin excepción, porque todos son hombres y tienen ante sí la misma vida eterna […]. // Todo, en todas las cosas, a saber, todo lo que fuere necesario para que el hombre pueda ser sabio y feliz […]. // Totalmente, esto es, en relación con la verdad por la cual cada uno, rectamente formado, siguiendo el camino recto, escape a los precipicios del error. (Comenio, 1992 [1657], pp. 41-43). 

Considero que en la Pampedia, queda diseñada, no la utopía pedagógica moderna, sino la propia utopía de la modernidad; es decir, una sociedad de la enseñanza en donde el mundo es pensado como una gran escuela: 

Del mismo modo que el mundo entero es una escuela para todo el género humano, desde el comienzo hasta el fin de los tiempos, para todo el género humano, cada edad de su vida es una escuela, desde la cuna hasta el sepulcro. Ya no basta, por tanto, repetir con Séneca: No hay ninguna edad que sea demasiado tardía para aprender, sino que lo que hay que decir es: todas las edades están destinadas a aprender, y los mismos límites son puestos al hombre para vivir y para estudiar. (Comenio, 1992 [1657], p. 105). 

Así, mientras en la Didáctica Magna la escuela era un momento de la vida (momento que comprendía desde el nacimiento hasta la juventud), en la Pampedia “la vida presente es toda ella una escuela propedéutica, donde nos preparamos para la Academia eterna” (Comenio, 1992 [1657], p. 311). Una panscolia que ahora envuelve ocho escuelas, que van desde la cuna hasta la sepultura: 

… escuela de formación pre-natal, escuela de la infancia, escuela de la puericia, escuela de la adolescencia, escuela de la juventud, escuela de la edad adulta, escuela de la vejez y, finalmente, escuela de la muerte: La primera escuela estará en el mismo lugar en que nacen los hombres, la segunda en cada casa, la tercera en cada aldea, la cuarta en cada ciudad, la quinta en cada reino o provincia, la sexta por todo el mundo, la séptima en cualquier lugar donde vivan los hombres más longevos. Las dos primeras podrían llamarse escuelas privadas, porque su cuidado incumbe únicamente a los padres; las tres escuelas intermedias son escuelas públicas, colocadas bajo la inspección pública de la Iglesia y de los magistrados; las dos últimas son personales, una vez que cada uno alcanzó el grado de madurez, puede y debe ser él mismo artífice de su propia suerte, no dependiendo sino de Dios y de sí mismo” (Comenio, 1992 [1657], p. 108). 

Sobre la escuela de la muerte, Comenio argumenta que una cosa es la muerte feliz (o eutanasia) y otra es la vejez; por eso es preciso conocer el arte de morir bien y felizmente, pero no profundiza mayormente en este punto. La escuela prenatal está dirigida a los padres sobre los primeros cuidados con el hombre en el propio seno materno y se divide en tres clases: la primera clase advierte sobre la edad propicia para el matrimonio: ni demasiado niños o adolescentes ni muy mayores, pues se trata de propiciar una sana y fuerte prole. La segunda clase incita a los padres para que, una vez casados, procuren una robustez natural mediante una alimentación saludable, trabajo y temperancia, para no perjudicar a sus hijos. La tercera clase indica los cuidados de la madre durante el tiempo de gestación. La escuela de la infancia en la casa materna está justificada en el hecho de que los niños nacen ignorantes y precisan, por tanto, de instrucción en todas las cosas. Los objetivos de esta primera instrucción deben ser: despertar las “ascuas divinas” escondidas en el cuerpo del niño; preservar para que la propia fuerza de la naturaleza no se desvíe hacia las cosas vanas y perniciosas; enseñar las cosas verdaderamente útiles para esta y la vida futura. 

La escuela infantil tiene como fines: desarrollar el sistema motor, incluidos los ojos para leer y escribir, la lengua para pronunciar rápidamente las cosas leídas y las manos para escribir y diseñar; llenar los sentidos de objetos para poder adquirir el conocimiento de las cosas de todo el universo; iniciar el uso de la razón mediante los primeros elementos de las artes, de los rudimentos de las costumbres y los fundamentos de la piedad. Para conseguir estos objetivos, Comenio establece seis clases con sus respectivos programas, compendiadas en un libro. Estas clases son: 

I. Estrella de las letras (Tirocinium literarium)
II. El orbe de los sentidos (Orbis sensualium; Lucidarium)
III. Ética infantil, inferida de las cosas sensibles y del análisis de la naturaleza humana.
IV. Epítome de la historia bíblica.
V. Médula bíblica, que contenga, de manera muy simple, un resumen
de las cosas que tienen que creer, hacer y esperar. 
VI. Colección de adivinanzas (Sphinx puerilis) (Hirnschleifer). (Comenio, 1992 [1657], p.6).

La escuela de la adolescencia consta de seis clases: gramática, física, matemática, ética, dialéctica y retórica (las mismas señaladas en la Didáctica Magna); y se deben enseñar, fundamentalmente, tres cosas: las lenguas, las artes y las costumbres. Su objetivo será: 

Conseguir ordenar las nociones recogidas por los sentidos para una utilización más plena y más clara del raciocinio. Esto se debe a que la dignidad del hombre está por encima de la de los animales por la razón. Por tanto, hay que cultivar diligentemente la razón para que nos apartemos lo más posible de los animales y nos acerquemos cuanto se pueda a los ángeles. (Comenio, 1992 [1657], p. 248). 

La Academia o escuela de la juventud es: 1) un concilio permanente de sabios; 2) una colección de libros de toda especie; 3) un taller de sabiduría donde se trabaja con ejercicios serios, concretos y continuos. Consta, a su vez, de tres clases o estudios: 1) Pansófica o síntesis armoniosa del conocimiento de las cosas sensibles, intelectuales y de la fe; 2) Pambíblica o recorrido por las bibliotecas para que el alumno conozca no solamente los autores de la facultad que frecuenta sino, además, otros; y 3) Panetoimica o Panepistemónica, donde se realiza la aplicación práctica de la pansofia con varias y continuas experiencias; también es el momento de examinar a los estudiantes sobre el significado de cada cosa, y los argumentos con los cuales se prueba la forma como resuelven los distintos problemas que se les colocaron. Igual que en la Didáctica Magna, en esta escuela los viajes constituyen parte importante de la formación, y a ellos dedica una parte especial bajo el título de apodemia.

A la escuela de la edad adulta corresponden tres grados: aquellos que entran en la edad adulta y comienzan a escoger su profesión; aquellos que ya están en el ejercicio de su profesión; y los que están llegando al fin de su actividad en la vida. Esta escuela es más libre, pues no está sujeta a libros ni a maestros; la profesión será para cada uno su escuela, y cada uno se debe convertir en maestro, libro y escuela para proveer de ejemplos a su prójimo. 

Por último está la escuela de la vejez, cuya meta es conseguir que toda la vida sea buena en la medida en que sea bueno su remate. Así, en esta escuela se debe enseñar a los ancianos a disfrutar de la vida pasada, a obrar rectamente en lo que les resta de vida y a rematar de forma honesta la vida mortal para ingresar alegremente a la vida eterna. 

Hasta aquí solamente he esbozado, de forma muy general, cada una de las escuelas a las cuales Comenio dedica gran parte de su Pampedia, en donde se detalla cada una de sus clases, los programas a seguir, los libros adecuados a cada una, las metas y hasta los métodos que se deben seguir para alcanzar los propósitos. Por tal motivo, debe ser considerada como otra arte magna: 

El arte de implantar la sabiduría en las mentes, en las lenguas, en los corazones y en las manos de todos los hombres. Con esta intención en el frontispicio de esta obra colocamos un símbolo extraído del arte del injerto: los injertadores escogen yemas en el árbol de la pansofia, y las injertan en nuevos árboles, ávidos de llenar con pequeños árboles de naturaleza semejante todo el jardín de Dios, a saber, el género humano. (Comenio, 1992 [1657], p. 45). 

Arte magna, y en cuanto tal, es su tarea que todos aprendan, todo y totalmente. Y para que no quede duda de lo que esto significa, Comenio aclara: 

2. Este deseo de educación universal [Pampedia] debe traernos a las mentes aquella clasificación perfecta que suele hacerse en las ideas (Nada, Algo, Todo); lo que nos servirá para que nuestra aspiración y el motivo de esa aspiración se tornen más claros. // 3. En este asunto, Nada significaría ninguna educación, tal como lo contemplamos horrorizados en los pueblos salvajes, donde míseros mortales nacen, viven y mueren como animales. // 4. Algo aquí significa una cierta educación; esto es, dada sobre una u otra materia, tal como ocurre en naciones más desarrolladas, que enseñan determinadas ciencias, artes, lenguas y otras disciplinas. // 5. Todo aquí significaría una cultura universal, mediante la cual se procura conseguir todo lo que es posible para asegurar el mayor esplendor del hombre, imagen de Dios. // 6. Este deseo o aspiración se resume en tres cosas: en primer lugar, lo que se desea es formar para la plenitud humana, no a un individuo ni a pocos, ni siquiera a muchos, sino a todos y cada uno de los hombres, jóvenes y ancianos, ricos y pobres, nobles y plebeyos, varones o mujeres. Resumiendo: a cuantos hayan nacido hombres, para que todo el género humano, de cualquier edad, condición, sexo o nacionalidad, venga a ser educado.// 7. En segundo lugar, se desea que todos los hombres sean educados íntegramente. No en una materia, ni en unas pocas cosas, ni siquiera en muchas, sino en todas aquellas que perfeccionan la naturaleza humana, para que así todos sean rectamente formados e íntegramente educados y sepan reconocer lo verdadero y no se dejen engañar por lo falso; amar lo bueno sin dejarse seducir por lo malo; hacer lo que se debe hacer y preservarse de lo que se debe evitar; hablar sabiamente de todas las cosas, de todo y con todos, sin tener que enmudecer jamás; por último, saber actuar siempre con prudencia y no temerariamente, con las cosas, con los hombres y con Dios, y así no apartarse jamás del objetivo de su felicidad. // 8. Y que eso sea hecho universalmente. No para pompa y brillo exterior, sino para alcanzar la Verdad. Para hacer que todos los hombres sean conformes, lo más posible, a la imagen de Dios, según la cual fueron creados; esto es, verdaderamente racionales y sabios, verdaderamente activos y animosos, verdaderamente íntegros y honestos, verdaderamente piadosos y santos, y, por tanto, felices y bienaventurados ahora y siempre. (Comenio, 1992 [1657], pp. 41-42). 

Con la Pampedia, la didáctica pasa a ser una parte —ciertamente importante, pero no única— de un proyecto más amplio y abarcador, que buscaba ‘disciplinar’ al individuo desde la cuna hasta la sepultura; régimen disciplinario basado en un enseñar y aprender constante, permanente y por toda la vida, como condición para la plena realización humana y para su salvación. Si a partir del Renacimiento varios pensadores comenzaron a soñar con un mundo en donde la ‘educación’ (enseñanza primero, educación después) de la población ocupaba un lugar central, la Pampedia de Comenio es el proyecto intelectual que se convirtió en la obsesión de la modernidad: una sociedad educativa en donde todos debemos aprender a lo largo de nuestra vida; un mundo de ciudades educativas en donde las escuelas son apenas un espacio más para enseñar y aprender; la vida como una educación permanente y el individuo humano como un Homo educabilis.

3. De la enseñanza y la educación hacia un “Dispositivo de Aprendizaje” 

Si podemos hablar de la modernidad como de la constitución de una “sociedad pedagógica” es porque es posible describir un proceso constante de pedagogización de las prácticas sociales e individuales desde el siglo xvi. Tal proceso ha consistido, fundamentalmente, en el establecimiento de formas particulares de conducción de la conducta de todos y cada uno, o en otras palabras, de formas de ejercitación de todos y cada uno como condición singular para la existencia. Sin embargo, no se trata de un proceso progresivo sino más bien de mutaciones que, de modo general, podrían identificarse con los términos instrucción, educación y aprendizaje. 

Ha quedado claro que con Comenio desde la Didáctica Magna hasta la Pampedia, el asunto fundamental era la enseñanza o instrucción de todos en todo, al punto de considerar el mundo como una gran escuela y a cada uno como un alumno permanente obligado a aprender a lo largo del camino de la vida. Según se mostró en la primera conferencia, la educación es una cuestión reciente que se remonta a Locke (en su versión disciplinaria) y que en Rousseau sufre una transformación que podría calificarse de “liberal” por su énfasis en la libertad como principio y fin. Sin embargo, fue Kant quien sentó sus fundamentos modernos y la posterior “ciencia de la educación” siguió esas líneas iniciales, tanto en su versión francófona como germana y anglosajona: la educación implica la figura del adulto (padre o maestro), representación de la autoridad, del saber, pero también, la figura del infante (escolar, hijo o menor) quien debe obediencia y respeto al adulto y para quien el sometimiento a la disciplina es la condición para su posterior autonomía. 

Los llamados “pedagogos activos” se apartaron de sus antecesores filósofos y sociólogos y retomaron a Rousseau para promover una educación más liberal, es decir, una educación fundamentada en la supremacía de los intereses del niño. No obstante, tal como lo señaló el pensador ginebrino, la educación vista así no renuncia a la dirección, a la conducción; se trata de una economía de la enseñanza que busca hacer más eficaz la acción del educador partiendo del fomento de la acción del educando, de la promoción de sus impulsos vitales, de sus intereses y necesidades. 

Pero lo que aconteció con la aparición del concepto de aprendizaje hacia finales del siglo xix y sus desarrollos durante el siglo xx, marcó una ruptura significativa, una mutación en ese proceso de pedagogización, pues a partir de las elaboraciones sobre la conducta de los organismos, sus condiciones y posibilidades, tanto la instrucción como la educación pasaron a un segundo plano. Digamos que hubo allí una nueva economía de la acción, en particular, de la acción educativa, pues en el aprendizaje la dirección, la conducción es asunto del propio individuo aprendiente que en su relación con un medio regula su conducta, se adapta, asimila y transforma su ambiente e la medida en que se transforma a sí mismo. El aprendizaje ya no es la instrucción, es decir, ya no requiere de una instrucción planeada, programada, organizada por un adulto o por los adultos, antecesores en el mundo. El aprendizaje no se da por efecto de la acción del adulto, símbolo de la tradición, del pasado, del saber, de la autoridad, sino que tiene que ver con la propia acción del individuo con su mundo, con su ambiente en el que se encuentran otros con quienes interactúa y aprende, no porque le enseñen, sino porque permiten su propia regulación, adaptación, transformación. 

Ese nuevo aprendiente, que se convierte en un aprendiente permanente, no es más el aprendiz medieval del taller artesanal quien debe someterse al maestro, director de su proceso de aprendizaje. El aprendiente moderno (y contemporáneo) aprende por efecto de su propia acción, es un agente que tiene intereses, expectativas, capacidades. No quiere decir que no pueda someterse a procesos más o menos formalizados de aprendizaje, sólo que ahora, además de participar en esos procesos, él es el propio guía y director de su carrera vital. Observemos más de cerca esta transformación general de la sociedad pedagógica contemporánea. 

El informe presentado a la Unesco por la Comisión Internacional sobre Educación para el Siglo xxi, presidida por Jacques Delors (1996), coincide en los mismos aspectos señalados por Drucker (2004) en su anuncio de la llegada de una sociedad del conocimiento: en su capítulo 5, por ejemplo, señala que la clave de ingreso al siglo xxi es el concepto de “educación a lo largo de la vida”; concepto que supone la capacidad de “aprender a aprender” para aprovechar las posibilidades ofrecidas por la educación permanente. Sin embargo, antes de Drucker y Delors, otra comisión internacional, varias décadas atrás, había ya bosquejado estos problemas con gran claridad y precisión. Se trató de la Comisión Internacional para el Desarrollo de la Educación, conformada por la Unesco en 1971 y presidida por Edgar Faure. En su informe, publicado en 1973 bajo el título de Aprender a ser, se destacan dos nociones fundamentales: “ciudad educativa” y “educación permanente”. La razón de tal énfasis es justificada en los análisis realizados sobre la educación mundial, a partir de los cuales se concluyó que los estudios ya no podían constituir un todo definitivo, distribuido y recibido antes del ingreso en la edad adulta, independientemente del momento que se considere como punto límite para ese ingreso. 

Por lo tanto, era preciso repensar los sistemas de enseñanza: en la era científico-tecnológica, la gran movilidad de los conocimientos y la permanente aparición de innovaciones exigen una mayor atención a la adaptación de los programas de estudio y una menor dedicación al almacenamiento y distribución del saber adquirido. Por otro lado, la enorme corriente de información que circula por los medios masivos de comunicación ha evidenciado tanto la debilidad de ciertas formas de instrucción y la fortaleza de otras, como la importancia del autodidactismo, aumentando el valor otorgado a las actitudes activas y conscientes para la adquisición de conocimientos. Por tal motivo: 

Si lo que es preciso aprender es a reinventar y a renovar constantemente, entonces la enseñanza deviene educación y, cada vez más, el aprendizaje. Si el aprendizaje es asunto de toda la vida, en su duración y diversidad, y de toda una sociedad, tanto respecto a sus recursos educativos como sociales y económicos, entonces es preciso ir más allá de la necesaria revisión de los “sistemas educativos” y pensar en el plano de una ciudad educativa. (Faure, 1973, p. 49). 

La Comisión señala aquí un paso histórico: el paso del privilegio de la instrucción y de la educación hacia el aprendizaje. La enseñanza deviene educación y cada vez más aprendizaje. En otras palabras, en la sociedad contemporánea estaría ocurriendo “una mutación del proceso de aprendizaje (learning) que tiende a predominar sobre el proceso de enseñanza (teaching)” (Faure, 1973, p. 205). Esa preeminencia marca, a su vez, una transformación en la concepción de la educación: 

Henos aquí llevados más allá de un simple cambio de sistema, por más radical que este sea. Aquello que cambia son los propios términos de la relación entre sociedad y educación. Una configuración social que situase la educación en ese lugar, que le ofreciese esa categoría, merecería un nombre propio: “Ciudad Educativa”. 

Su llegada solo será concebible al término de un proceso de compenetración íntima de la educación y el tejido social, político y económico, en las células familiares, en la vida cívica. Implica que los medios de instruirse, de formarse, de cultivarse a su propia conveniencia pueden ser colocados en todas las circunstancias a la libre disposición de cada ciudadano, de tal modo que el sujeto se encuentre en relación con su propia educación en una posición fundamentalmente diferente: la responsabilidad substituyendo la obligación. (Faure, 1973, p. 243). 

Se podría decir que hasta entonces (mediados del siglo xx) había predominado la figura, expresada por los filósofos alemanes del siglo xix (como Hegel y Dilthey), de un “Estado educador”, o de una forma de organización social en la cual la educación o, mejor, el sistema de educación pública, era una responsabilidad del Estado, era una función estatal ejecutada a través de la escuela pública o mediante el control y vigilancia de la escuela privada. Por el contrario, los expertos de aquella Comisión de la Unesco percibían una gran transformación según la cual la educación no era más una función estatal; ella se confundía con la propia sociedad, era la propia sociedad la que se volvía educativa, es decir, la propia sociedad educaba, ofrecía múltiples y permanentes oportunidades educativas para sus ciudadanos, pero también demandaba, consumía educación. De la obligatoriedad impuesta, la educación pasaba a ser una demanda de la población, una necesidad, un ‘derecho’ y hasta una exigencia: tal era el paso de la obligación estatal hacia la responsabilidad personal. Por eso la necesidad de darle un nombre propio a esa nueva forma de organización social: la “ciudad educativa”. 

Esa ciudad educativa es llamada por los autores anglosajones learning society —sociedad del aprendizaje o sociedad aprendiente—, y el individuo habitante de esa sociedad es un lifelong learner —un aprendiz permanente o vitalicio. Ranson (1998) señaló dos momentos en el desarrollo de la idea de una sociedad del aprendizaje: el primero al final de la década de 1960 e inicios de 1970, y el segundo a partir de 1990; y destacó cuatro formas diferentes de entender esa sociedad: 1) como una sociedad que aprende sobre sí misma y cómo se está transformando; 2) como una sociedad que necesita cambiar la forma de aprender; 3) como una sociedad en la cual todos sus miembros son aprendices; y 4) como una sociedad que aprende para cambiar democráticamente las condiciones del aprendizaje (Ranson, 1998). En general, la idea de una sociedad del aprendizaje implica un dominio o espacio público que funciona como “la arena para el aprendizaje público en diversos escenarios” (Ranson, 1998, p. 10) que son diferentes de la escuela; escenarios considerados como “organizaciones de aprendizaje”, caracterizadas porque sus componentes (tanto individuos como organizaciones) aprenden a aprender. 

El nuevo ciudadano habitante de esas ciudades del aprendizaje es el “aprendiz permanente” o, en términos de Popkewitz (2009), el “cosmopolita inacabado” —unfinished Cosmopolitan—; es decir, aquel individuo cuyas características son la responsabilidad personal y la autogestión de los propios riesgos y de su destino, mediante una permanente maximización y correcta aplicación de la razón y de la racionalidad. El cosmopolita inacabado es un “solucionador de problemas”, capaz de elaborar cálculos y juicios sobre determinados principios, diseñar conclusiones y proponer rectificaciones; es un sujeto adaptado a un mundo en constante cambio y transformación. Yo prefiero llamar a ese sujeto (a esa nueva forma de subjetivación) el homo discendis, un homo aprendiz permanente, definido por su condición de ser aprendiz a lo largo de su vida o, mejor, un homo que para ser tal debe aprender permanentemente, un homo “plástico” (Dewey hacía referencia a la capacidad de aprendizaje como plasticity), capaz de ser moldeado o modelado, capaz de mudar o alterar su forma. No un individuo flexible o elástico, pues no tiene una forma previa definida, sino que adquiere una forma según sus relaciones con un mundo también móvil, en constante transformación. 

De la instrucción y la educación hacia el aprendizaje: ese parece haber sido el paso o giro del siglo xx hacia el siglo xxi; por lo menos es eso lo que parece haber ocurrido con el gran énfasis puesto por los discursos pedagógicos en el concepto de aprendizaje. Pero hablar de mudanza de énfasis implica la existencia previa del concepto de aprendizaje y, claro, de los conceptos de instrucción y educación, de tal forma que de estos últimos la atención volvió hacia el primero. No obstante, desde mi perspectiva, es necesario considerar tal situación de una forma diferente, pues no se trata de una simple mudanza de énfasis en los términos de una relación ya existente sino de la construcción, en el saber pedagógico moderno, de un nuevo concepto, inexistente hasta entonces: el aprendizaje. Concepto que estará relacionado con un conjunto de prácticas igualmente inéditas. Investigadores como Maaschelein y Simons (2008) proponen pensar la sociedad contemporánea como un dispositivo de aprendizaje: 

Con este concepto, no nos referimos a un aparato creado, implementado o impuesto por el estado para organizar el aprendizaje. Lo que señalamos, sin embargo, es que estos componentes diferentes y dispersos han llegado a interconectarse y ensamblarse en un tipo de estrategia compleja. En tanto estrategia compleja, el dispositivo de aprendizaje incorpora una clase de intención con miras a garantizar la adaptación. El estado no ha inventado este dispositivo para conseguir la adaptación. Por el contrario, el ‘poder del estado’ es resultado de prácticas y discursos dispersos que buscan promover el emprendedorismo y la capitalización de la vida a través del aprendizaje. Lo que vemos, sin embargo, no es la ‘estatización’ o dominación de la sociedad y del potencial de aprendizaje de los ciudadanos por parte del estado, sino un tipo de ‘gobernamentalización del estado’ en nombre del aprendizaje. Recurriendo a una multitud de lugares y prácticas que estimulan el emprendedorismo, el estado puede ‘traducir’ todo tipo de desafíos políticos (por ejemplo, desempleo, participación democrática, cuidado de la salud) en problemas de aprendizaje y procurar la utilización de componentes del dispositivo de aprendizaje para ofrecer soluciones (capacitación, educación ciudadana, programas de prevención de riesgo) (cf. Rose, 1996, p. 43). 

Como parte de ese “dispositivo de aprendizaje” podríamos analizar el auge de los libros (y con ellos, de las prácticas) de autoayuda en nuestras sociedades actuales. Sabemos que este tipo de literatura alcanza tirajes millonarios (no sólo por el número de ejemplares sino por los ingresos que reciben autores y editoriales) y constituyen best sellers leídos por toda clase de personas. Su éxito tiene que ver, desde luego, con una demanda intensa de soluciones, recetarios, fórmulas y claves para conseguir el éxito rápido y la felicidad. Por eso mismo, también obedecen a una intensa oferta de tales alternativas que han llegado a localizarse sólo en la acción (u omisión) de cada individuo: es decir, el éxito y la felicidad, la competitividad, la innovación, la creatividad, etc., son asuntos que sólo dependen de cada uno; cada uno es el único responsable de su condición presente y de su futuro: si se está desempleado, no es por falta de posibilidades de trabajo, sino porque no hemos sabido gestionar nuestro capital humano, no hemos sido lo suficientemente buenos empresarios de nosotros mismos, no hemos sido emprendedores y nos hemos quedado, al modo antiguo, esperando por un puesto de trabajo. La autoayuda es una práctica (asistida a distancia), una ejercitación permanente a la que nos debemos someter para conseguir el éxito en esta vida. Como ejercitación, implica un constante proceso de aprendizaje y des-aprendizaje, pues debemos estar en permanente transformación: individuos flexibles dispuestos a percibir las mudanzas del mercado y ser capaces de asumir las nuevas exigencias[1]. 

Ahora bien, todo lo anteriormente planteado no quiere decir que sólo en la sociedad contemporánea los individuos estamos compelidos aprender. Evidentemente, desde Comenio, por ejemplo, se buscaba enseñar (docere) todo a todos para que todos pudiesen aprender (discere). Pero una cosa es aprender —y que todos aprendan— y otra cosa diferente es el “aprendizaje”. Una cosa son los aprendizajes que resultan de la actividad de enseñar y otra cosa es el aprendizaje como concepto relativo a la capacidad de los organismos vivos de adaptarse a su medio ambiente, transformándose y transformándolo al mismo tiempo. Durante los siglos xvii y xviii, el propio término learning no era visto como opuesto al término teaching; ambos eran utilizados de forma indistinta, así como los términos latinos doctrina y disciplina funcionaron en la pedagogía cristiana durante la Edad Media. 

Cabría aquí, entonces, la pregunta por la novedad en el campo del saber pedagógico: ¿qué es nuevo y qué antiguo? ¿La idea misma de una sociedad educativa es tan reciente? Recordemos que el proyecto pampédico de Comenio, allá en el siglo xvii, era definido como una educación universal de todo el género humano: “que todos los hombres sean educados en todas las cosas y totalmente” (Comenio, 1992 [1657], p. 41). Esa utopía implicaba un enseñar y aprender permanente, más allá de la escuela y de la infancia; ¿sería esa una sociedad educativa? Comenio pensaba el mundo entero como una escuela o como una casa de las disciplinas; al respecto, en su Via lucis afirmaba: 

La propia cuestión deja ya patente que es lícito decir que el  mundo es una escuela […] ¿pues qué es una escuela? Ésta es comúnmente definida como la «reunión de aquellos que enseñan y aprenden cosas útiles». Si esto es así, entonces cuando hablamos del mundo hablamos de una escuela. Pues el mundo está integrado, en su totalidad, por un conjunto de docentes, de discentes y de disciplinas.
Pues todo lo que hay en el mundo o enseña o aprende o hace, alternativamente, las dos cosas.
De ahí que todo esté lleno de disciplinas, es decir, de las distintas herramientas necesarias para exhortar, aconsejar e impulsar. Por ello, no es equivocado designar al mundo como una casa disciplinar (Comenio, 1668, citado por Sloterdijk, 2012, p. 446). 

En las palabras de Comenio parece diseñarse ya esa sociedad educativa que menciona Delors y ese aprendiz permanente que Faure anuncia. Nuestras ideas y conceptos pedagógicos, nuestras problematizaciones parecen no ser tan nuevas, pero, es verdad, tampoco son las mismas de Comenio. No obstante, no podemos negar la proximidad de la panscolia o de esa idea del mundo como casa disciplinar con las ideas actuales de “sociedades de aprendizaje” o de “ciudades educativas”. En este punto, sin duda, estamos más próximos de Comenio que de los escolásticos de la Edad Media. Digo más próximos porque, en términos del pensamiento pedagógico, no somos completamente distintos de los pedagogos cristianos medievales: los conceptos de doctrina y disciplina, por ejemplo, no consideraban la posibilidad de que el individuo pudiese ser ‘enseñando’ en el sentido de ser un receptor pasivo de las enseñanzas. Solo Dios enseñaba, solo Dios era el maestro y solo aprendíamos gracias a nuestro entendimiento agente que hacía inteligible en acto aquello que solo estaba en potencia en nuestro entendimiento. Como ahora, el énfasis era situado en el individuo aprendiz; el maestro solo incitaba a aprender y actuaba como un médico que no cura directamente pero contribuye con sus operaciones y medicamentos para que la propia naturaleza actúe y cure. 

Aun en las discusiones contemporáneas sobre el “abordaje por competencias” se observa un eco del antiguo dilema de Montaigne entre “cabezas bien llenas” o “cabezas bien hechas”, entre el énfasis en los contenidos y el énfasis en los desempeños, entre erudición y virtud, en los términos de los renacentistas o, aun, en términos de la confrontación —de la paideia griega— entre el modo socrático o el modo sofístico del arte de educar. No pretendo aquí construir una línea continua temporal entre el lejano pasado, una época del origen y un progresivo desarrollo de ideas que llegaron a ser lo que son hoy. Sin embargo, la irrupción de nuevas prácticas, objetos de discurso, instituciones o formas de subjetivación no significa ni el abandono o desaparición de prácticas, objetos o instituciones preexistentes, ni su completa desvinculación con lo que las precedió. La aparición (invención) de la escuela moderna, por ejemplo, constituye un acontecimiento de los siglos xvi y xvii en Europa (Hamilton, 2001; Hunter, 1998; Melton, 2002; Varela, 1991); pero, tal acontecimiento fue posible en el marco de la expansión de prácticas y técnicas propias del mundo medieval, como la enseñanza doctrinal y la reclusión en espacios cerrados (monasterios o colegios). Saberes nuevos como la Didáctica Magna comeniana son diferentes de las artes liberales medievales, pero su constitución en el siglo xvii no puede desligarse de las transformaciones de la enseñanza en las universidades medievales, en donde la antigua dialéctica se fue convirtiendo en el arte de todas las artes, en la medida en que permitía la enseñanza de las otras artes liberales (Ong, 1958; Hamilton, 2001). La educación liberal o moderna es un acontecimiento discursivo del siglo xviii, pero su aparición no puede separarse de los desarrollos de la institutio (institución, constitución, conformación) que los humanistas del Renacimiento opusieron al pedantismo y a la erudición escolástica. En fin, como diría Foucault, no olvidemos que las Luces y la libertad de la Ilustración son hijas de las disciplina. 

Algunos podrían considerar que en la República de Platón estaba ya diseñada la ciudad educativa de hoy, que solo por efecto de un largo proceso evolutivo de la historia consiguió materializarse en nuestra época. Yo preferiría pensar que el sueño de Platón ha sido soñado por muchos otros en diversos momentos; pero que también fue olvidado durante siglos y retomado nuevamente, aunque cada vez de manera diferente, en sociedades diferentes. Los humanistas del Renacimiento hicieron una clara apuesta por los clásicos; de ahí su relectura de Quintiliano y su preocupación por la institutio, por ejemplo. Los neo-humanistas alemanes de la Bildung se consideraban los continuadores de la Grecia clásica. Hoy, frente al innovacionismo contemporáneo, en la excitación por la invención, por la novedad, por lo inédito, en el abandono u olvido del pasado en función de un presentismo exacerbado, estamos actualizando viejos problemas y, como parte de ese proceso, inventamos nuevas preguntas, construimos nuevos sentidos. 

Podría decirse, entonces, que los discursos contemporáneos sobre el advenimiento de una “sociedad del aprendizaje” y de un “aprendiz permanente o vitalicio” no son tan recientes como creen sus promotores, pero ciertamente no se remontan directamente al sueño de Platón. Fueron posibles debido a la construcción del concepto de aprendizaje entre finales del siglo xix y comienzos del xx. Allá está su novedad. Ahora bien, no fue una idea completamente inédita. Sin la “educación liberal” de Rousseau no habría sido posible, como tampoco sin la education de Locke, sin la institutio de los humanistas del Renacimiento y sin la utopía pampédica abierta por Comenio. En fin, comprender nuestro presente educativo, comprender la pedagogía y la educación hoy, requiere una mirada de perspectiva histórica o, en términos más precisos, nos exige emprender una arqueogenealogía, es decir, un análisis de los discursos (o de las prácticas discursivas, sus condiciones de posibilidad, sus reglas de formación, sus objetos, sus conceptos) y un análisis de las prácticas pedagógicas y sus articulaciones, formas de funcionamiento, dirección y desplazamientos en los distintos dispositivos. El primer tipo de análisis está enfocado hacia la determinación de los cortes, las rupturas, los límites de las formaciones discursivas, pues la permanencia de los discursos, de los objetos de saber, de los conceptos, es más limitada comparada con la duración de las prácticas o de las técnicas; de ahí que el segundo tipo de análisis, por el contrario, sea un análisis de larga duración, debido a que algunas prácticas pedagógicas o técnicas pueden atravesar distintos dispositivos (bloques históricos de relaciones saber/poder), pueden mantenerse y permanecer (no sin transformaciones), a pesar de la desaparición o transformación de algunas formaciones discursivas. La dialéctica, por ejemplo, como conjunto de técnicas para el acceso a la verdad, emergió en la Grecia clásica de la paidea, se mantuvo en la Roma imperial y reapareció en la universidad y en los colegios medievales hasta la constitución de la didáctica en el siglo xvii. Lo que pretendo mostrar en esta cátedra es, entonces, el resultado de una investigación que podría considerarse como el bosquejo de una arqueogenealogía de lo que he denominado la “sociedad educativa”. 

Siguiendo esta línea de análisis, la tesis general que pretendo mostrar es que la modernidad tiene una profunda marca pedagógica, de ahí que leer la modernidad europea desde la perspectiva de las prácticas pedagógicas es ver el proceso de constitución de una “sociedad educativa”, en la cual es posible distinguir al menos tres momentos o formas de ser de los discursos y las prácticas pedagógicas: el primero, situado entre los siglos xvii y xviii, se podría denominar el momento del gobernamiento disciplinario o de la instrucción o enseñanza generalizada por la estrecha relación establecida entre prácticas de enseñanza, prácticas de ‘policía’ y proceso de constitución de una “razón de Estado”; el segundo momento, iniciado a finales del siglo xviii, sería denominado momento de la “educación liberal” o del gobernamiento liberal, debido a la aparición del nuevo concepto de “educación” y su estrecha relación con la problemática de la libertad y la naturaleza humana, tal como fueron formuladas en los discursos de la Ilustración. Por último, y desde finales del siglo xix, la emergencia del concepto de “aprendizaje” marcaría el paso de la educación liberal hacia lo que se llamaría varias décadas después “sociedad del aprendizaje”, o “ciudad educativa” gracias, de una parte, a la extensión de la función educativa hacia múltiples instituciones más allá de la escuela y, de otra, a la consecuente exigencia de un aprendizaje constante y a lo largo de toda su vida, que se le plantea al individuo habitante de ese nuevo espacio social, al punto de considerarlo como un “aprendiz vitalicio” o, como diría Popkewitz (2009), un “cosmopolita inacabado”; este último es el momento del gobernamiento neoliberal.

Referencias bibliográficas
  • Comenio, J. A. (1992) [1657], Pampedia (Educación universal). Madrid: Aula Abierta, UNED.
  • Delors, J. (1996). La educación encierra un tesoro. Informe a la Unesco de la Comisión para la Educación del Siglo XXI. París: Unesco.
  • Marín-Díaz, D. (2012). Autoajuda e educação: uma genealogia das antropotécnicas contemporâneas. Tese de Doutorado em Educação. PPGE, UFRGS. http://hdl.handle.net/10183/63171 
  • Drucker, P. (2004). La sociedad postcapitalista. Bogotá: Grupo Editorial Norma.
  • Duby, G (1995). Pensar la historia. Barcelona: Ediciones Altaya, S.A.
  • Faure, E. (1973). Aprender a ser. La educación del futuro. Madrid: Alianza/Unesco.
  • Floristán, A. (2007). Historia Moderna Universal. Barcelona: Editorial Ariel.
  • Foucault, M. (2006). Seguridad, Territorio, Población. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
  • Noguera-Ramírez, C. (2012). El gobierno pedagógico. Del arte de educar a las tradiciones pedagógicas. Bogotá: Siglos del Hombre Editores/Grupo Historia de la Práctica Pedagógica.
  • Popkewitz, T. (2009), El cosmopolitismo y la era de la reforma escolar. Madrid: Morata.
  • Ranson, S. (Ed.). (1998). Inside the Learning Society. London: Cassell Education Series.
  • Simons, M.; Masschelein, J. (2008). It makes us believe that it is about our freedom: notes on the irony of the leaning apparatus. In: Smeyers, P.; Depaepe, M. (Eds.) Educational Research (3): the educationalizacion of social problems: Springer, 2008, pp. 191-204.
  • Sloterdijk, P. (2012). Has de cambiar tu vida. Valencia: Pre-textos.
  • Tenenti, A (2000). La Edad Moderna. Siglos XVI-XVIII. Barcelona: Editorial Crítica.


[1] Sobre las relaciones entre autoayuda y aprendizaje, ver: Marín-Díaz, D. (2012).