La modernización de la
cultura popular
Hemos dicho en conversaciones anteriores que la noción de cultura popular es producto de una nomenclatura extra-comunicativa esencialista que pretende fundir en una sola realidad una cultura y un grupo social, esta vez llamado pueblo, cualquiera que sea el significado y el alcance de esta noción, y cualquiera que sea el grupo social al que se refiera; en todo caso, éste llevaría incorporada ‘su’ cultura, que por fuerza sería ‘popular’.
También hemos dicho que en términos comunicativos la cultura
popular es una constante de una matriz expresivo-simbólica (Martín-Barbero,
2003, pp. 161-62) –que nosotros llamamos tradición oral-icónica y narrativa-,
opuesta a otra matriz informativa-instrumental –que aquí llamamos
alfabético-argumentativa-, que deviene en Ilustración.
Esta dualidad queda bien expresada en el siguiente reto
planteado por Martín-Barbero: comprender aquello que le permite a la televisión
“articular el discurso de la
modernización (tecnológica, añadido),
con la explotación de unos dispositivos de narración y reconocimiento
descaradamente anacrónicos” (Martín-Barbero, 2003, p. 165). En otras
palabras, articular los productos de una matriz informativa-instrumental como
la tecnología televisiva, con los productos de una matriz expresivo-simbólica
como el melodrama, por ejemplo. Este es el caso típico de una modernización, por mediatización, de una
tradición cultural tan arcaica como la especie humana.
Aquí tratamos de mostrar que la modernización de la cultura
popular o tradición oral-icónica tiene las mismas dos vertientes de toda
modernización (tecnificación y secularización), pero además tiene otra
vertiente que la convierte en lo que convencionalmente llamamos Arte.
El Arte es una manera de codificar y una manera de valorar
ciertas producciones culturales, lo que significa que tiene, por decirlo así,
una gramática propia y una existencia social funcional propia,
independientemente de los países, las regiones, etc. En estos términos, hablar
de Arte colombiano no es muy
apropiado, pues el Arte –como la Física, como la Lingüística o como la
Epistemología–, no es colombiano ni de ningún país, sino una gramática dentro
de la que se inscriben determinadas producciones simbólicas y que puede ser
apropiada por cualquier sujeto en cualquier país.
Según Gil T. (2002, p. 102) Santamaría es el primer pintor
moderno de Colombia, más no en Colombia y si su obra hubiera sido comprendida y
aceptada, se habría acortado la presencia del siglo XIX en el XX en materia
pictórica.Aquí la modernización significa conversión de lo icónico en arte en
sus dos sentidos: primero, como mensaje estético centrado en el significante,
no en el significado referencial, o sea una suerte de desiconización; y
segundo, como valor exhibitivo, no utilitario.¿Dónde recala entonces la
tradición icónica? En la mediatización, en la que vienen a juntarse los dos procesos
de la modernización comunicativa: la tecnificación y la masificación.
La modernización de la cultura popular en Colombia tiene,
como hemos sostenido en general, dos caras: una de tecnificación y otra de
secularización. La primera corresponde a su reproducción, industrial y
manufacturera, con las características técnicas que hemos atribuido a éstas,
como producción mecanizada y como producción artesanal con división técnica del
trabajo, respectivamente; la segunda cara corresponde a la masificación, una
suerte de estandarización para un público nacional; finalmente, la
modernización incluye algún nivel de organización empresarial, como negocio, la
cual será analizada en la conferencia dedicada al mercado.
Empezamos por la modernización de la prensa como prensa
popular. Una publicación impresa es ante todo una unidad de comunicación
gráfica, o sea que se percibe visualmente por su forma analógica, no digital,
es decir, como un todo visual en el que lo importante es la relación entre el
texto alfabético, la imagen, los tamaños y los colores.
Para que esto suceda tiene que aparecer alguna técnica que
permita reproducir imágenes de la misma manera que se reproduce la escritura
alfabética, o sea sobre papel, de tal manera que las marcas en la copia sean
tan legibles como en el original. Esa técnica existe desde el siglo XIV y en
Colombia se usa desde mediados del siglo XIX y se llama xilografía, pero quien la aplicó sistemáticamente al servicio de un
medio masivo fue Alberto Urdaneta con la publicación a partir de 1881 del Papel periódico ilustrado, considerado
el inicio del periodismo moderno en Colombia.
La modernización de la cultura popular tiene que ver entonces
con las posibilidades icónicas de la imprenta y otras técnicas asociadas que
datan del siglo XIX y llegan a Colombia sólo finalizando dicha centuria. La
tecnificación empieza entonces con lo que ya hemos llamado prensa popular que lo es, no por su valor económico, ni por los
intereses que representa, sino por los códigos que difunde. Esto significa que,
en términos comunicativos, prensa popular quiere decir prensa icónica y narrativa. Ella incluye desde luego la prensa llamada ilustrada, la prensa amarilla, la prensa satírica (que tiene a la vez tono oral y de caricatura), la de folletín, la de crónica roja, etc. No es
una prensa ilustrada en el sentido de alfabetizada sino en el sentido de
complementada con imágenes, es decir, todo lo contrario. El ejemplo viviente de
esta prensa es la revista Cromos, que
se publica desde 1916.
El cine en Colombia o el folclor como identidad. En este como
en todos los medios hay que considerar dos tipos de análisis: por una lado, el
aspecto técnico, los soportes; y por otro lado, el lenguaje, los códigos, los
géneros, los cuales se pueden reducir, para efectos prácticos, a dos: ficción y
no ficción, dentro de los cuales sí cabe una clasificación en formatos.
Desde el
punto de vista de los soportes, en Colombia se han realizado producciones en
diferentes tipos según la época: cine en blanco y negro silente, en blanco y
negro sonoro, sonoro en colores y, desde la década de 1970, en video. Pero
¿desde cuándo se puede hablar de una cinematografía nacional, aunque, desde
luego, no de una industria?
Los registros
indican que en Colombia se han estado produciendo largometrajes[1]
cinematográficos desde 1915 (Fundación Patrimonio Fílmico Colombiano, fpfc, 2005) y largometrajes en video, de
los que se conservan existencias físicas, desde 1984. Esto es, nueve décadas de
cine y dos décadas de video, para el momento de la publicación.
Desde el punto de vista narrativo, al contrario de
lo técnico, el cine no se moderniza. Según un estudio sobre cinco décadas de
cine en Colombia, “en las
películas analizadas, encontramos una fuerte tendencia documental en la
narración de la ficción”; ello puede conducir fácilmente a que
se mezcle lo frívolo con lo violento, sin tocarse, como si fueran realidades
distintas y, por consiguiente, a mezclar lo causal con lo episódico, como si no
hubiera relaciones estructurales.
Por otro lado, el hecho de que se cuenten historias más de
colectivos (el barrio y el pueblo) y la tendencia a describir los lugares y las
costumbres, en detrimento de los personajes, hacen que los estereotipos sean
más fuertes que aquéllos y, por tanto, circulen con facilidad de una película a
otra personajes como el cura marrullero,
conservador, oportunista (por lo menos en cuatro filmes), el político corrupto, ladrón, asesino (en cinco), la
hembra coqueta y ‘casquivana’ (en
siete), el vivo que se las quiere
ganar todas (en seis). En fin, hay demasiada “identidad local, pero a la vez una distancia del personaje y su función
argumental”. Ni qué decir de los mafiosos,
verdaderos productos de marca registrada del cine colombiano. El cine pues ha
escogido el folclor como identidad.
La radio, hay que repetirlo, es un caso de
modernización de la tradición oral. Como tecnificación, es la imposición de una
tecnología expansiva; como secularización, es el triunfo de la oralidad sobre
el alfabetismo y del mercado sobre el Estado o de lo privado sobre lo público.
En una
síntesis afortunada, aunque no se corresponde con la orientación del análisis
que realiza de la radio comercial, Castellanos nos enseña la relación entre la
defensa de los intereses privados frente a lo público y la defensa de la
cultura popular:
mientras el proyecto liberal concibió la educación
como una actividad laica y científica, la Iglesia, apoyada en la oralidad del sermón, la iconografía de sus templos, la imagen-espectáculo de sus procesiones y su tutela sobres los cuerpos y las almas,
se acercaba más a los elementos simbólicos y expresivos de las culturas rurales y urbanas populares.
Con este campo abonado, la radio y el cine comercial echaron raíces en públicos que seguían
requiriendo el sermón para sentirse salvados, y que poco o nada necesitaban
del discurso científico para darle sentido a su existencia, pues una canción o
el gesto de un actor podían interpretar su mundo. Ese público, antes que otra
cosa, mientras refrescaba su garganta, estaba deseoso de escuchar a quienes
hablaban por la radio en su mismo idioma (Castellanos, 2003, p. 279, resaltados
agregados).
La primera
parte de este enunciado es una perfecta caracterización cultural. La defensa de
intereses privados ha estado ligada a la defensa de la cultura popular, cuya
descripción está narrada en la primera parte del párrafo citado, siguiendo los
resaltados, esto es, oral, icónica, ritual, que basa el derecho a tutelar a los
demás en el origen sobrenatural de la autoridad y, por tanto, mítica y autoritaria[2].
La radio, en síntesis, transita de la Ilustración al entretenimiento de la
mano del mercado.
La televisión hereda todas las virtudes
icónicas y orales del cine sonoro y elimina las limitaciones espacio-temporales
que impone a los espectadores el cine. En cuanto a la orientación cultural del
medio, “En Colombia […] la televisión surgió como producto de un
creciente interés del Estado por la instrucción de las masas” (Carrillo y
Montaña, 2006, p. 138). La televisión nació como entidad de servicio público en
1954, con programación oficial, educativa y cultural.
Pero en la medida en que de lo público la
televisión se va deslizando hacia lo privado, la programación se va deslizando
de lo ‘cultural’ a lo comercial. Es decir, la modernización consiste en pasar
de servicio público a empresa capitalista.
Recapitulando, lo que se ha tratado de mostrar es
que la cultura popular tiene dos vías de modernización: una vía a través de la
cual se aleja de la sensibilidad popular y que la convierte en Arte; y otra vía
por la cual se reafirma en el gusto popular, a través de los medios, y que la
convierte en lo que genéricamente podemos llamar cultura mediática.
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[1]Se entiende por largometraje cualquier producción cuya duración supere
los 50 minutos.
[2]Por ejemplo, el ex presidente Álvaro Uribe no se dirigía a los
colombianos por medios escritos, sólo por medios orales e icónicos y,
preferiblemente, por medios radiales y televisivos locales, en los cuales habla
como mesías a una población que lo
necesita, justamente en virtud de su carencia alfabética. También a él le
parece que los intelectuales y periodistas críticos son elitistas, porque no
llegan al pueblo. Desde luego, no llegan, pero no porque no compartan intereses
sino porque no comparten códigos, es decir, porque hay carencia, no exceso, de
pensamiento alfabético en los ciudadanos y, por consiguiente, carencia de
hábitos de lectura y de consumo alfabético.