¿Se puede formar un espíritu científico?
Guillermo Bustamante Zamudio
Guillermo Bustamante Zamudio
Universidad Pedagógica
Nacional
La luz del conocimiento proyecta sombras
Gastón Bachelard
①Partimos de que hay “representación”, no de que
todas las representaciones son iguales, y menos de la idea de que tienen los mismos
derechos. Estamos estudiando el plano de la reflexión sobre el saber. Quien
reclama su derecho a pensar como quiera, declara estar en otro plano. Para
estar en el plano de la reflexión sobre el saber es forzoso perder algo… por
ejemplo, derechos. Sólo hay deseo a pérdida. Cuando el sujeto busca no perder
—e, incluso, cuando busca ganar—, podemos apostar que su relación con el asunto
no es de deseo.
En principio, las representaciones constituyen una
serie discontinua, desde lo concreto hasta lo abstracto, pasando por un punto
intermedio. Ahora bien, en ese contexto, ‘concreto’ no es “tocar madera”, ni
dar cuenta de algo mediante el dedo índice; ni lo abstracto es “andar en la
Luna”, o aquello que carece de piso:
ü
De un lado, lo concreto tiene que ver con la representación que cree estar atada a
la experiencia a secas; es decir, lo concreto como experiencia en bruto (algo
que no existe), como representación que se ufana de no interponer nada entre
ella y la experiencia (cosa que tampoco existe). En verdad, a toda experiencia
humana le adosamos una representación; además de que entre el sujeto y la
experiencia siempre median las representaciones. Desde estos postulados, ya
podemos ver la orientación de quienes promulgan una “investigación educativa”
que no llevaría conceptos al terreno, sino que los tomaría de ahí. No sólo
ambas cosas son imposibles, sino que encarnan dos errores que impiden conocer: que
se puede prescindir a voluntad de la representación; y que en el terreno donde
hacemos la experiencia hay categorías.
ü
De otro lado, para Bachelard, lo abstracto tiene que ver con el ejercicio
de la razón que prescinde paulatinamente de la supuesta realidad sensible y produce
lo real, acorde con la razón, poniendo en entredicho las representaciones. O
sea, algo muy distinto de la llamada “investigación educativa”, que sugiere,
tanto buscar problemas en la realidad sensible, como valorar las representaciones:
establecerlas, suscitarlas, acopiarlas, medirlas, promediarlas, dotarlas de
sentido…
Una experiencia con el espacio, como la de un
deportista o la de un conductor, suscita representaciones que les permitan a
esas personas vincularse con sus prácticas y llevarlas a cabo de alguna manera.
Eso es necesario (inevitable) y los involucrados lo consideran suficiente y legítimo.
Pero, hay otros vínculos con el espacio, como los que nos proporciona la
topología. Estos no necesitan ser buscados por quienes realizan las prácticas
cotidianas (como hacer deporte o conducir), ni pueden esperarse de un realismo de las propiedades espaciales como el que esas dos
experiencias proporcionan. El espacio sensible, aquel que aparece a
la experiencia del deportista o del conductor, es sólo una posibilidad de los múltiples
“espacios de configuración” matemática que construye la topología [p.7][1].
Como se ve, al hablar del saber —en tanto horizonte—,
se requiere hacer diferenciaciones. Ahora bien, en esa perspectiva, las diferencias
no son valoraciones. Decir que el
hidrógeno tiene un protón y el helio dos, no es una valoración: no es “mejor” ni
“más justo” tener más protones. Pero las representaciones sí se pueden
caracterizar en posiciones distintas, en relación con el horizonte del saber. Un
ejemplo: el hecho de que unos objetos floten y otros se hundan en el agua es
explicado 1) en función del peso del cuerpo o 2) en función de la relación
entre peso del cuerpo y peso del líquido que desaloja.
Ante estas dos ideas, ▪ si estuviéramos
considerando derechos, podría decirse que, quienes las plantean, tienen derecho
a hacerlo; ▪ si habláramos de experiencia, concedamos que la primera idea está
más marcada por la experiencia; ▪ y si nos interesara la relación vital del sujeto
con el asunto, podríamos resignarnos a la idea de que el primero está ligado
“más vitalmente” a su aserto que el segundo... Supongamos todo eso. Pero, si
hablamos de saber, la idea 1) es falsa; si hablamos de saber, ambas ideas no
tienen el mismo nivel de argumentación, no tienen la misma capacidad de
resistir a la objeción, no podrían diseñar idénticas maneras de probar sus
asertos.
Con todo, insistamos en que no es obligación ver
todo desde la perspectiva del saber; por eso aclaramos que esto se cumple
cuando nos disponemos a poner el saber en el horizonte de nuestra acción, al
menos por un tiempo (como cuando nos matriculamos en una universidad y nos toca
hacer una investigación para graduarnos).
Y, bueno, el maestro operaría entre estos dos tipos
de ideas: de un lado —de su lado— tendría
las ideas propias del saber (matemáticas, historia, física, geografía, química,
filosofía, biología, etc.) y, de otro lado, tiene las representaciones de sus
estudiantes, las que circulan en la sociedad. Esto es lo que se supone... y, por eso, se pide un
título universitario para ejercer la profesión docente; por eso, no cualquiera
es profesor de álgebra. En tal caso, la relación del maestro con el saber se establecería
con base en criterios dentro del marco mismo del saber (modo inmanente). Pero la relación del maestro
con el saber podría buscarse con base en criterios por fuera del saber (modo trascendente); como, por ejemplo, cuando
tasa su tarea con arreglo a la idea de derecho (sea en relación con los
estudiantes y/o consigo mismo). Pues bien, ese maestro podría cobrar en el
Ministerio de Justicia, no se entiende bien por qué lo hace en el de Educación;
y eso vale también para los funcionarios del MEN, que ahora hablan, por
ejemplo, de “derechos básicos de aprendizaje”.
Las perspectivas trascendentes, como la de los derechos,
llevan a validar —a igualar— toda representación; de ahí asuntos como: ▪ la promoción
automática, ▪ el llamado a tener en cuenta todos los factores para que, al
final, nadie se raje en la evaluación, ▪ la consulta a la comunidad educativa para
tomar cualquier decisión, ▪ la evaluación de los docentes por parte de los
estudiantes, ▪ las continuas decisiones sobre educación que se toman en los
estrados judiciales... etcétera.
No negamos que la inmensa mayoría de los tópicos
sociales se juega por fuera del saber, cosa absolutamente legítima. Pero
trasladar esa perspectiva a un ámbito donde funciona la lógica de saber, no es
legítimo y, para empeorar las cosas, elimina la posibilidad de saber.
Cuando se tasa la tarea del maestro con arreglo al
saber mismo, a diferencia de la forma trascendente —que iguala las
representaciones, según vimos—, la forma inmanente las diferencia y, en
consecuencia, considera que, de cara al saber, algunas no son válidas. Sin
embargo, si bien desde esta perspectiva podemos considerar inválidas algunas representaciones,
lo propio del espacio escolar no es sencillamente invalidarlas; ese espacio no
sólo se ocuparía del saber, sino también de los estudiantes, que, de un lado, son
portadores de las representaciones (que, como hemos dicho, los ligan
legítimamente a las prácticas sociales); y que, de otro lado, podrían ser
portadores del saber (es la apuesta que hacemos).
Cercano a esto, Bachelard —ubicado en la posición
inmanente— habla de un psicoanálisis del
conocimiento objetivo, fundable a partir del discernimiento de los
obstáculos epistemológicos [p.22]. Es decir, no busca una historia del saber, ni
una teoría del conocimiento en relación con lo sabido, sino que investiga sobre
los obstáculos que todos esgrimimos ante el saber.
②Cuando hablamos del saber, tampoco es válido el
expediente que dice: “funciona para mí”. Que a uno le funcionen las cosas no es
un indicativo de que las conozca.
Como a toda práctica —según dijimos— le corresponde una representación, se presume que, por el hecho de funcionar y por el hecho de pensarla de alguna manera, entonces lo que se cree es necesariamente una explicación de lo que se hace y que, si no fuera así, no funcionaría. En efecto, las prácticas sociales funcionan por acciones que nosotros mismos desencadenamos, pero eso no forzosamente tiene vínculo con lo que pensemos sobre nuestra relación con dichas prácticas. Si llueve después de la danza de la lluvia, ¿acaso quiere decir que hay una relación entre la lluvia y la danza?; indudablemente, hay un vínculo cultural que incluye ese ritual y una serie de posturas frente a él, y de implicaciones sociales por el hecho de llevarlo a cabo... pero hacer llover no es así de fácil.
Como a toda práctica —según dijimos— le corresponde una representación, se presume que, por el hecho de funcionar y por el hecho de pensarla de alguna manera, entonces lo que se cree es necesariamente una explicación de lo que se hace y que, si no fuera así, no funcionaría. En efecto, las prácticas sociales funcionan por acciones que nosotros mismos desencadenamos, pero eso no forzosamente tiene vínculo con lo que pensemos sobre nuestra relación con dichas prácticas. Si llueve después de la danza de la lluvia, ¿acaso quiere decir que hay una relación entre la lluvia y la danza?; indudablemente, hay un vínculo cultural que incluye ese ritual y una serie de posturas frente a él, y de implicaciones sociales por el hecho de llevarlo a cabo... pero hacer llover no es así de fácil.
Con nuestros actos, damos lugar a que lo social
funcione. Además, tenemos representaciones de ello. Pero se necesitan la
economía, la sociología, la historia, la antropología… para entender la
sociedad, pues las creencias que todos agenciamos en la vida cotidiana no necesariamente
tienen relación con las razones por las cuales la vida social funciona; tienen
relación, sí, pero con nuestra inserción en la sociedad, no con su comprensión.
Legítimas para vivir, para justificar. Pero, de un lado, ilegítimas para
explicar; y, de otro, funcionales para la reproducción de las prácticas
respectivas. Confundimos una idea útil
con una idea clara, dice Bachelard [p.17].
De igual forma, hacemos que las entidades
educativas funcionen... pero, ¿sabemos cómo funcionan? Indudablemente, nos
representamos nuestra relación con la educación; pero eso no quiere decir que
tales representaciones sean comprensiones de la vida educativa (en muchos
casos, la llamada “investigación educativa” es parte de este tipo de representaciones
y las reproduce). Si la representación coincidiera con la comprensión, ¡no se
necesitaría la ciencia!, decía Marx, pues quienes están en contacto práctico con
los distintos objetos posibles de la ciencia ya conocerían de antemano lo que ésta
podría decir, toda vez que indefectiblemente se representan lo que hacen
(algunas modalidades de la llamada “investigación educativa” le otorgan a la
población investigada el poder de determinar algunos aspectos de la
investigación misma; con lo que declaran equivocadamente que, al menos parte
del saber, estaría en la representación). Si uno reconoce el papel de la ciencia,
reconoce que la representación cumple algún papel, pero que éste no es el de
conocer.
Como hemos dicho, no es lo mismo hablar de las
representaciones con el telón de fondo de las relaciones entre sujetos, que con
el telón de fondo del saber: en el primer caso, toda representación es legítima
—digamos—; en el segundo, puede ser falsa o verdadera (atención: cuando
cambiamos de horizonte, cambian los juicios posibles sobre los enunciados). Es
comprensible que un siervo de la gleba piense que entrega nueve décimos de su
producto para agradar a Dios; pero esa representación no explica el modo de
producción feudal; más bien, lo hace funcionar, lo eterniza… mientras le da
sentido a la vida del sujeto.
En el caso de la educación, tenemos otro
ingrediente: con el telón de fondo de las relaciones entre sujetos, la educación
tramita las representaciones, pero a
propósito del saber. O sea, la educación no tiene por asunto central ▪ ni la
legitimidad de las relaciones sociales (aunque se mueva a esa escala y produzca
efectos de esa naturaleza); ▪ ni la verdad lógica del saber per se (aunque su instrumento de trabajo
sea el saber). Más bien, la educación tendría por asunto el saber en su lógica,
sí, pero en el marco de la relación
pedagógica (una combinación singular de las dos especificidades anteriores):
“dar y sobre todo mantener un interés vital en la investigación desinteresada”
[p.12].
Claro que podemos investigar sin hacer las
salvedades de rigor, considerando, por ejemplo, la legitimidad social de las
relaciones como aquello de lo que se ocupa la educación (iluminados, tal vez,
por posturas políticas plausibles). Esta es la modalidad de trabajo dominante
en la “investigación educativa”. En esa dirección, el investigador se propone ‘liberar’,
‘otorgar la palabra’, ‘hacer justicia’, ‘democratizar, ‘dar sentido’, ‘recuperar
la memoria’, ‘promover valores’ etc. Para ello, quizá se recurra al estudio de
las representaciones o los imaginarios, como los llaman; y, como señalábamos
más atrás, seguramente se pretenderá no llevar conceptos al trabajo
investigativo, sino tomarlos de los enunciados de la comunidad (entrevistada,
encuestada, conminada a hacer su autobiografía, a “expresarse libremente”, etc.).
En tal caso, el propósito realmente no es conocer, pues lo que había que saber,
ya se sabe (o, al menos, se cree saber) y alimenta el propósito de decidir... que se logre o no, es otra
cosa; pero, en todo caso, hay toda una comunidad dispuesta a dar testimonio de
que la danza de la lluvia sí hace llover. Además, los partidarios de esta modalidad
suelen argüir que hacen investigación “cualitativa” (sin dar cuenta del
isomorfismo entre especificidad del objeto y metodología) y que eso dizque se
opone a otra modalidad, que llaman “cuantitativa” (sin entender que la cantidad
es una cualidad).
Pero también se puede investigar haciendo las
salvedades de rigor, es decir, a sabiendas de que la educación es un asunto
social, pero que no se agota en lo social, y que le compete el saber, pero en
un ámbito específico que implica recontextualizarlo. En tal sentido, esta
investigación considera importante la consistencia del saber y no obra en
contra suya (lo requiere y, con su trabajo, lo hace consistir). Por lo tanto,
tiene que haber conceptos, que no se negocian con la población, toda vez que
ésta no está definida por el saber, sino por su participación en la sociedad y
por la construcción de sendas representaciones que cumplen un papel en la
reproducción de tal sociedad. Es el caso de las investigaciones que pueden
desagregar, en el fenómeno educativo, algo de su objeto abstracto-formal. Lo
desagregan con los conceptos, pues el objeto abstracto-formal no está dado a la
experiencia sensible. Atención: estas pesquisas no se llaman “investigación
educativa”, ni oponen lo cualitativo a lo cuantitativo; no se denominan por el
tema, sino por la disciplina a la que pertenecen; son investigaciones
sociológicas, o antropológicas, o históricas, etc. que han escudriñado en el
ámbito educativo, habida cuenta de que su objeto aparece también en otros
contextos. Acá el propósito es conocer, lo que implica un reconocimiento de
no-saber. No se busca “aportar” a la educación, pero no por tacañería, sino
porque se está advertido de que el vínculo entre saber y acción no es
inmediato; si el conocimiento así producido le sirve a la educación, no será
por un propósito incluido en los objetivos de la investigación, sino por un
efecto posible, en la medida en que actores educativos estén a la altura de ese
saber y hagan los puentes de rigor hacia sus prácticas. Así, podemos ver el
estatuto de la exigencia de “aplicación” que en muchos casos se hace a las
“investigaciones educativas”. Y bien, no otro es el procedimiento del MEN con
sus evaluaciones masivas: monta su autoritarismo en la creencia de que habría
una concomitancia entre sus “investigaciones” y las acciones educativas.
Entonces, desde la postura inmanente, las
investigaciones pueden tener como objeto, por ejemplo, el vínculo entre lo
social y el asunto mismo de la escuela; o temas relacionados con la manera como
se producen efectos sociales, mientras se apunta al saber; o las modalidades
que adopta la regulación social cuando del ámbito educativo se trata.
En este marco, Bachelard propone una investigación que
se pregunta por la manera como un sujeto pasa de la descripción (el cómo) a la formalización
(el porqué
lógico); la manera como pasa de lo geométrico (más o menos
visual) a la abstracción (no representable visualmente). En consecuencia, una
investigación hecha desde el saber,
pero que no aplica al saber
propiamente, sino a la relación con él,
a las orientaciones subjetivas que hacen posible o imposible esa relación, pues
—como dice él— todos tenemos “zonas oscuras” y en el hombre nuevo hay vestigios
del hombre viejo.
Esto se relaciona estrechamente con la educación
pues, como maestros (al menos en el papel), no reconstruimos la historia del
saber, sino que intentamos conducir por “el camino psicológico normal del pensamiento
científico” [p.10], contando con que la abstracción, inspirada en las objeciones
de la razón, es difícil y desigual, y con que los primeros intentos son insuficientes
y los primeros esquemas son pesados [p.9].
③Más allá de cualquier correspondencia histórica[2], Bachelard
habla de tres
estados, cada uno portador de sendos intereses, que constituyen la
base afectiva de las modalidades de
resistencia al saber:
1)
Estado
concreto: el espíritu se apega a las primeras imágenes del
fenómeno [p.11]. Su experiencia es tautológica, no está compuesta, sino que yuxtapone observaciones [p.13]; por eso, no
puede ser verificada. Le está asociado el interés
del alma pueril o mundana, “animada
por la curiosidad ingenua, llena de asombro ante el menor fenómeno instrumentado
[...] pasiva hasta en la dicha de pensar” [p.12].
2)
Estado
concreto-abstracto: agrega esquemas abstractos, pero los apuntala
en una intuición sensible [p.11]. Le está asociado el interés del alma profesoral, “orgullosa
de su dogmatismo, fija en su primera abstracción, apoyada toda la vida en los
éxitos escolares de su juventud, repitiendo cada año su saber, imponiendo sus
demostraciones, entregada al interés deductivo, sostén tan cómodo de la
autoridad” [p.12].
3)
Estado abstracto: substrae
la información de la intuición, la desliga de la experiencia inmediata; polemiza
con la realidad básica [p.11]; organiza teóricamente la experiencia (en una
perspectiva de errores rectificados [p.13], más allá de
las condiciones ordinarias de la observación [p.14]). Sus hipótesis, en tanto
poseen un destino espiritual, suscitan contradicción y sus experiencias
rectifican errores [p.13]. Sus verdades son piezas de un sistema general, sus
experiencias están vinculadas a un método general de experimentación [p.14]. La paciencia científica, como mantiene un interés vital
en la investigación desinteresada, es vida espiritual; sin ese interés, sería
sufrimiento. Le está asociado el interés del alma en trance
de abstraer y de quintaesenciar, “conciencia científica dolorosa, librada a
los intereses inductivos siempre imperfectos, jugando el peligroso juego del pensamiento
sin soporte experimental estable; trastornada a cada instante por las
objeciones de la razón, poniendo incesantemente en duda un derecho particular a
la abstracción” [p.12].
El tránsito por estos estados no es por evolución,
progreso, maduración o sublimación de aspiraciones “comunes”. Psicoanalizar el
interés es cambiar el régimen de satisfacción: anular el utilitarismo (en relación
con lo “real”, lo “natural”, la representación) y dar lugar al placer de
descubrir la verdad (lugar de lo artificial, lo humano, la abstracción,
respectivamente) [p.13]. Eso permite ir del desorden (no en tanto orden
desconocido, sino como error) al orden probado [p.8],
como verdad, no sólo como concordancia de esquemas y cosas [p.13]. Esto exige
estar en guardia contra los conocimientos familiares y las verdades de escuela,
incluyendo la incredulidad sistemática (el famoso “espíritu crítico” del que se
habla en la escuela), que tributa al escepticismo general, no al crecimiento
del saber.
④Cuando Bachelard dice que el conocimiento científico
salva obstáculos, podría pensarse en factores externos,
como la debilidad de los sentidos o del entendimiento —a la manera de Descartes
en las Meditaciones— o en la
fugacidad o la complejidad de los fenómenos... Pero, en realidad, este tipo de dificultad
no instaura obstáculos. Los verdaderos obstáculos son epistemológicos: están en
el espíritu mismo,
son las condiciones psicológicas del progreso de la ciencia,
relacionadas con tópicos como el entorpecimiento, la confusión, el estancamiento,
el retroceso...
Si esto es así, conocemos contra conocimientos anteriores, mal adquiridos, y encontramos
la verdad por arrepentimiento intelectual [p.15]. Panorama distinto al de la
monserga escolar, según la cual aprendemos basados en los conocimientos
anteriores. Por eso, entre otras, las investigaciones “suman” en Colciencias.
No partimos de cero para conocer. Tenemos
“opiniones”, conocimientos usuales. Y ellos, en tanto son versiones de necesidades,
obstaculizan el conocimiento (que es carente de interés, como hemos visto). No
hay conocimiento vulgar que sea provisorio (se puede quedar ahí toda la vida),
ni que sea una parte del conocimiento que viene (como si pudiéramos obtener
conocimiento científico sumando conocimientos vulgares; o inteligibilidad,
sumando sensibilidades). El espíritu científico no admite opiniones sobre
cuestiones que no comprendemos. Lo que cree saberse impide saber. Y este no es
un estado que se cure con el tiempo: el conocimiento no forzosamente se
incrementa con los años. Nuestra edad cognitiva tiene que ver con la edad de
nuestros prejuicios. Al acceder al pensamiento abstracto, Bachelard habla, más
bien, de un rejuvenecimiento espiritual.
Cada estado cognitivo tiene sus propios problemas.
No es que no tenga preguntas o que esté inactivo. Pero, en todo caso, las
preguntas que vienen del conocimiento usual no permiten el conocimiento científico
[p.16]. Un
mismo enunciado podría hallarse en dos estados cognitivos, pero, en todo caso, cada
vez se legitima mediante razones distintas. En los
formatos para la investigación en la escuela aparece generalmente un ítem que
es la ‘pregunta’. Pero no es el tono interrogativo de un enunciado lo que nos
pondrá en posibilidad de conocer.
Como la idea de obstáculos epistemológicos en
Bachelard incluye lo subjetivo —no exactamente la dimensión singular de los
sujetos— es forzoso entender, no qué sería bueno para los sujetos, según
alguien que esgrime los buenos propósitos, sino cómo se las arreglan para estar
cómodos con el saber. Por eso, desde esta perspectiva, puede afirmarse que
preferimos lo que confirma nuestro saber, las respuestas (pues eso nos produce
satisfacción), y no lo que contradice nuestro saber, las preguntas que
conmueven una creencia (pues eso no nos produce satisfacción). Por todo esto,
habría que retomar la idea de que la educación no es dar al que necesita, sino
hacerle sentir la necesidad al que no necesita. Por eso, parece desenfocada la
idea de que la educación debe responder al contexto o a las necesidades de los
estudiantes, tanto como la idea de que la investigación debe responder al
contexto o a las necesidades de la comunidad en la que la llevamos a cabo.
¡Cuántos diagnósticos de “problemas —o
dificultades— de aprendizaje” no esconden una dificultad más bien del lado de
la enseñanza! ¡Cuántas “investigaciones educativas” sobre temas que, en
realidad, son síndromes y cuadros inventados para vender drogas, introducir nuevos
“expertos” y difundir políticas!
Exigimos que los estudiantes quieran aprender,
cuando la condición del espíritu es quedarse en el nivel de conocimiento que
garantice su hacer y no incomode su satisfacción. El uso realza ideas
que son lastres para el espíritu. ¿Y qué otra cosa hacemos, si no impedir el
crecimiento espiritual? De hecho, los temas en la escuela y los temas de
investigación son justamente los que están en “uso”, los que nos permiten hacernos
una representación no problemática de
nuestra relación con la acción educativa, con el espacio escolar.
Cuando encontramos una resistencia, nos
escandalizamos, siendo que, por definición, los obstáculos epistemológicos se
resisten. Algunos usos de las imágenes en el aula (PowerPoint, por ejemplo), algunas
investigaciones llenas de gráficas (Excel, por ejemplo)... tienen garantizado un
público necesitado de alimentar el alma pueril o mundana de la que nos habla
Bachelard.
Lo más contundente —y que no vemos, pues aplica a
nosotros mismos— es que la resistencia opuesta al saber se registra en
nosotros, en cada uno de nosotros. Costumbres intelectuales, que fueron útiles
y sanas, pueden trabar la investigación. Pero en nuestra tendencia a la
comodidad del pensamiento que sea más fácil de manejar, seguimos por ese
camino, incluso degradándolo [p.17]. Quien cree que la inteligencia se
capitaliza es quien disfruta desde el alma profesoral. Pero saber no sirve
automáticamente para saber, pues, en principio, aprendemos para no tener que aprender más, como dice Bruner. El
espíritu del hombre no necesita cosas (como respuestas); lo que necesita son
necesidades. Podríamos identificar esta idea de Bachelard con el deseo como lucha contra la propia
inercia, a la altura de nuestra condición humana. Animado por el espíritu
científico, el hombre desea saber, para interrogar mejor [p.19]. Todo esto justificaría
hablar de refundar el sistema del saber [p.18].
El conocimiento empírico se marca con todos los
caracteres de la sensibilidad. Mientras más sensibilidad, menos raciocinio. Y
claro que hay ámbitos donde la sensibilidad es fundamental y el raciocinio
suena impertinente. Pero la escuela no es ese ámbito. Incluso, temas en los que
la sensibilidad es operante, como el arte, no entran a la escuela
principalmente como disfrute, sino como algo a comprender. Decir esto no le
gusta a muchos. Sobre todo a aquellos que quieren hacer de la escuela un lugar
de disfrute, pero del disfrute del que son capaces los estudiantes… siendo que
la escuela está hecha para que el disfrute unido al saber, que no lo pueden ni
siquiera vislumbrar los estudiantes, sea una posibilidad real para ellos. Claro
que quien no disfruta del saber, no puede transferir a otros esa compleja
satisfacción.
Este punto ha sido crucial en la enseñanza de la
literatura en la escuela, por ejemplo: ¿enseñamos el canon literario para que los
estudiantes lo conozcan o para que lo disfruten?, ¿para qué analizar las obras
si se trata es de disfrutarlas?, etc. Los que no tienen relación con el saber,
por supuesto que les parece muy aburridor. Pero, en lugar de reconocer que no
quieren saber, acusan a los que sí quieren de venir a dañar la fiesta. Y no
quiere decir, insisto, que no se disfrute de la literatura, sino que intentamos
ir un poco más allá.
Si está marcada por un concreto psicológico lleno de
analogías, imágenes, metáforas, etc., una idea pierde su vector de abstracción [p.17].
Según Bachelard,
ü
la ciencia no busca unificarse... pero la
metodología de investigación para consumo escolar promueve los horizontes
comunes, los sentidos colectivos, las metodologías abarcantes, los estudios
inter-disciplinarios. Algo que se corresponde con lo que Bachelard llama el alma
pueril o mundana.
ü
Tampoco la ciencia suma fenómenos distintos,
no persigue la sencillez o la economía de principios y métodos [p.18]... pero
muchas de las investigaciones que se hacen en el ámbito educativo, al no tener
herramientas de discriminación, al dejar lo que llaman “categorización” para una
etapa posterior, no se enteran de que mezclan especificidades distintas; y
claro que en los fenómenos las cosas están mezcladas (no hay agua pura en la
naturaleza, siempre viene con una inmensa cantidad de minerales), pero
justamente las categorías permiten desagregar lo que corresponde al objeto
abstracto formal de la disciplina (oxígeno e hidrógeno, de acuerdo con el
ejemplo).
ü
El pensamiento abstracto no se priva de
variar las condiciones de una experiencia bien determinada... pero la
metodología enseñada en la escuela sugiere, o bien seguir los caminos que ya
han comprobado su productividad (de aquello que se consume en esos ámbitos, se
entiende); o bien seguir los caminos “que se quieran”, de acuerdo con los
intereses personales; o sea, respectivamente, el modelo como obstáculo
epistemológico (así dice Alain Badiou) y la renuncia a dejarse llevar por —y a
sostener— la razón, a nombre de algo que suena bien, que es políticamente
correcto, pero que nada tiene que ver con el pensamiento abstracto. Con el horizonte
del pensamiento abstracto, el sujeto abandona sus “intereses personales” y espera
una satisfacción al final, cuando contemple lo inteligible, hecho con sus
propias manos. Es que ni siquiera en un deporte podría uno articular una
simpleza como esa de una metodología en atención a los intereses personales. Sabemos
que el interés personal es la repetición, contemplar lo mismo, en lugar de lo
otro.
ü
Y, finalmente, la ciencia dialectiza la
experiencia, al punto de salir de la naturaleza y materializar cuerpos
hipotéticos, sugeridos por el pensamiento inventivo [p.19]... asunto
inalcanzable desde la perspectiva de los intereses que se promueve en ámbitos
educativos, donde la transformación de lo que hay —como si hubiera certeza en
relación con lo que hay— no nos permite producir lo posible con el saber. Seguimos
en la idea de ciencia que des-cubre, según la cual hay cosas “escondidas” que
es necesario sacar de su guarida (como cuando descubrimos una nueva especie de
frailejón). Pero, desde Galileo para acá, tenemos una ciencia que realiza el pensamiento, como decíamos en
la primera charla de este curso magistral. O sea, si una ecuación tiene dos
resultados (uno positivo y otro negativo, como es el caso de la raíz cuadrada)
y uno de ellos da cuenta de algo existente, pues la otra solución no es simplemente
una curiosidad matemática; fue así como se postuló la existencia del positrón,
que en ese momento parecía una necedad y hoy es de uso corriente en la “tomografía por emisión de
positrones” usada en medicina, pues fue producido cinco años después en un
acelerador de partículas.
Cuando la ciencia busca precisión, distinción,
rectificación, diversificación, se aleja de la certidumbre y de la unidad; encuentra
más obstáculos que impulsos en los sistemas homogéneos [p.19].
⑤El interés a partir del concepto de obstáculo epistemológico
no es el conjunto de las producciones (que sí podría ser interés del
historiador de la ciencia [p.19]), sino una selección. Cuando interesa el
esfuerzo de racionalidad y de construcción, toma los hechos como ideas, insertándolas
en sistemas de pensamiento. Mientras que el historiador de la ciencia toma las
ideas como hechos. Así, un hecho mal interpretado por una época es un indicador
de obstáculo [p.20], mientras que para
el historiador, sigue siendo un hecho.
Como puede verse en estos ejemplos de Bachelard, no hay tal “saber pedagógico”
propio del docente. ¿Cuál sería el estatuto de tal “saber” de cara a las
dificultades propias del conocimiento? ¿Se quiere con esa idea caracterizar los
procesos cognitivos o simplemente litigar por una de las principales víctimas
del proceso de desvalorización de la educación, sin entrar a analizar si la
víctima no es también victimario?
Desde el punto de vista de la “razón evolucionada”,
como nuestro filósofo francés, el pensamiento revisa cada momento el pasado
espiritual. Así, cuando nos asiste la buena voluntad de justicia social, no somos
capaces de revisarnos, pues sólo somos capaces de revisar al enemigo.
La interpretación racional da un lugar a los
hechos. El riesgo y la posibilidad de éxito están sobre el eje
experiencia-racionalización [p.19]. Si interviene la razón, ésta dinamiza la
investigación, sugiriendo una experiencia indirecta y fecunda.
La historia del pensamiento cobra valor de cara al
obstáculo epistemológico. Así, no sólo importan los textos producidos, sino
también las variaciones psicológicas en la interpretación. Que haya una misma designación
parece ser lo que nos importa, cuando lo relevante desde el punto de vista del conocimiento
son las perspectivas de aproximación. Así, frente a los conceptos científicos se
dan síntesis psicológicas progresivas; para cada noción, hay una escala de
conceptos que se vinculan (lo que en el libro anterior, pero que no alcanzamos
a ver, se llama “perfil epistemológico”). El pensamiento es una dificultad
vencida, un obstáculo superado.
Según Bachelard, el profesor no comprende que no se
comprenda [p.20], hasta le resulta inaudito. Tampoco cambia de método, ni tiene
sentido del fracaso
(se cree un maestro); pasa de enseñar a mandar [p.21]. Esto ocurre porque,
al esgrimir sus obstáculos pedagógicos,
cree: ▪ que el espíritu comienza como una lección, ▪ que una cultura perezosa se
rehace con amonestaciones, ▪ que puede hacerse comprender una demostración mediante
repetición.
Pero, si el estudiante tiene conocimientos
empíricos, el asunto no es adquirir algo
que no tiene, sino cambiar su
cultura, derribar los obstáculos amontonados por la vida cotidiana [p.21],
aprender a satisfacerse con el saber. ¿Cómo hacer comprender el principio de
Arquímedes, sin criticar y desorganizar las intuiciones básicas? ¿Cómo desorganizar
las intuiciones básicas sin transformar la modalidad de satisfacción a la que tributan?
Situar la cultura científica (y, en general, todo
esfuerzo educativo) requiere: ▪ psicoanalizar los errores (hacer catarsis
intelectual y afectiva); ▪ conmover el saber estático mediante un conocimiento
abierto y dinámico; ▪ dialectizar las variables experimentales; ▪ dar motivos a
la razón para que evolucione [p.21].
Pero la cultura científica enfrenta una serie de
obstáculos. Por ejemplo:
1) El obstáculo animista, rasgo característico del espíritu precientífico,
supuestamente superado por la física del siglo XIX [p.24] aparece en la misma
época en que va a ser superado. Las ideas de sustancia y de vida, concebidas de
manera ingenua, introducen en las ciencias físicas valorizaciones que contradicen
a los verdaderos valores del pensamiento científico [p.25].
2) La experiencia-observación básica, que se
presenta con un derroche de imágenes, bajo la pretensión de ser concreta,
natural y fácil. En este caso, podemos explicar por la utilidad de los fenómenos naturales [p.25]. ¿Cómo
hacer entender, en este caso, que entre observación y experimentación montada
por la razón no hay continuidad, sino ruptura [p.22]? ¿Cómo aproximarnos si en
la escuela estamos promoviendo la inmediatez, la sensibilidad, la continuidad?
3) Seguir las generalidades del primer aspecto. Cuando
no se tiene nada más que considerar, se generalizan las primeras consideraciones.
Se abandona el empirismo inmediato, pero se adopta un sistema falso. Constituido
en sistema, el espíritu vuelve seguro de sí a la experiencia, dispuesto a “observar”
lo real en función de sus propias teorías. Así, vamos de los ojos embobados a
los ojos cerrados. En este caso, por ejemplo, explicamos por la unidad de la naturaleza [p.25].
4) El
obstáculo verbal: una falsa explicación lograda mediante una palabra
explicativa, a través de esa extraña inversión que pretende desarrollar el pensamiento
analizando un concepto, en lugar de implicar un concepto particular en una
síntesis racional. Es el caso del sustancialismo, la explicación de las propiedades
por la sustancia. Se trata de una metafísica infecunda, puesto que detiene la
investigación en lugar de provocarla.
5) El falso rigor. En relación con la matemática, se
producen sistemas torpes que bloquean el pensamiento. Un primer sistema matemático
puede impedir la comprensión de un sistema nuevo. Es difícil fundar una Física
matemática susceptible de provocar descubrimientos.
Los obstáculos se presentan por pares, pues, al
tratar de eludir una dificultad, se tropieza con un obstáculo opuesto. Esta
dialéctica del error es consistente, ¿porque proviene del mundo objetivo?, ¿o
la actitud polémica del pensamiento puede producir una regularidad? De hecho, al
inventar, se hace necesario encarar el fenómeno desde otro punto de vista; y al
legitimar la invención, concebimos nuestro fenómeno criticando el ajeno. Convertimos
nuestras objeciones en objetos, nuestras críticas en leyes [p.23]. Variamos el
fenómeno en el sentido de nuestra oposición al saber ajeno. Y bien, esta originalidad
de mala ley sólo refuerza los obstáculos contrarios [p.24].
Los obstáculos epistemológicos son confusos y
polimorfos. Es muy difícil establecer una jerarquía de los errores.